28 sept 2014

Tanto hijo de puta y tan pocas balas.

Que los hijos de puta hagan hijoputeces forma parte del orden natural de las cosas. Lo malo es cuando aquellos cuya misión es, teóricamente, impedir las hijoputeces, canalladas y vilezas, miran para otro lado, disimulan e incluso ríen la gracia a nuestra variada y numerosa cabaña de hijos de perra. Cuando esto ocurre, la hijoputez se convierte en un magma desbordado que a todos enmierda por igual y que mezcla en la misma amalgama maloliente a tirios y troyanos, a güelfos y gibelinos, a baconeros y tijuanáticos.
Que un Jefe del Estado prefiera ir a rendir pleitesía al mulato de la Casa Blanca y a decir gilipolleces en la ONU en lugar de plantar cara a esa mafia caciquil que prepara chulesca e impunemente la secesión de una región española es, en el mejor de los casos, una muestra de la estupidez malévola impresa en el código genético borbónico y, en el peor, un caso flagrante de cobardía y traición por omisión.   
Que un Presidente de Gobierno compruebe el fracaso de su estrategia consistente en intentar aplacar a dicha mafia separatista a base de llenarle los bolsillos con nuestro dinero y, en vez de dimitir, esgrima, como máximo argumento contra la ruptura de la unidad nacional, pusilánimes sentencias y vagos dictámenes leguleyos, daría risa si no diera vergüenza ajena.
Que esa oenegé buenista antaño conocida como Ejército Español esté, con contadísimas y honrosísimas excepciones, más preocupada por la puntual percepción de su salario que por la integridad de la Patria que juró defender, dice mucho en favor de la eficacia del proceso de emasculación de nuestras Fuerzas Armadas iniciado en 1978 y culminado el 23 de febrero de 1981.
Que, cuando se líe parda, el consabido y spengleriano pelotón de soldados no saldrá de las burocratizadas y pasteurizadas filas de los cuarteles, sino de las escuadras revoltosas, malditas y disidentes de los patriotas revolucionarios, es algo que saben hasta los afroamericanos subsaharianos de color. 


J.L. Antonaya