9 abr 2016

Tribulaciones de una estrella mediática.


Cuando, por fin, terminó la última entrevista de ese día, el superfamoso estaba agotado.  En la limusina notó que se le cerraban los ojos  a pesar de los flashes de los paparazzi que habían estado aguardando durante horas, como siempre, su salida.
Sabía que cualquiera de esas imágenes fugaces subiendo al coche, sería mañana portada en la revista Time de igual manera que una respuesta suya a cualquier atolondrada pregunta periodística sobre Economía global podría hacer subir o bajar la Bolsa.

Todos los días tenía que rechazar multimillonarias ofertas por anunciar perfumes de moda, ropa deportiva e incluso fármacos contra la impotencia. Aunque había decidido no participar en anuncios publicitarios, su agente lo perseguía a diario con asistencias pactadas a saraos de la prensa rosa y otros eventos. Se trataba, sobre todo, de mantener una imagen moderna y acorde con la corrección política de los nuevos tiempos.
Las inauguraciones de comedores benéficos, salas de fiestas de ambiente gay, ferias de artesanía en comunas veganas y tiendas de ropa ecológica se habían convertido en parte de su rutina habitual.
Y todo eso tenía que compaginarlo con la asistencia a los consejos de administración de varias multinacionales y las respuestas a los cientos de miles de cartas, consultas y peticiones de fotos firmadas provenientes de su club de fans.
Durante el trayecto, su asistente personal le leía lo que tenía programado en su agenda para el día siguiente: Tras la reunión de trabajo de todas las mañanas con su asesor de imagen, tendría que viajar en su avión privado a hacerse unas fotos junto a unos refugiados islámicos en una isla griega, dar una rueda de prensa y regresar a tiempo de recibir a una delegación de Green Peace. Empezaba a pensar que, a su edad, ya no soportaba este ritmo frenético. Quizá estaba llegando la hora de retirarse.
Nunca había deseado tanto que llegara el momento que más ansiaba del día. Cuando, tras quitarse su uniforme de trabajo, se calzaba las pantuflas y se ponía su viejo chándal del Boca Juniors mientras esperaba que su monjita asistente le cebara una pipa de mate y le susurrara dulcemente, como cada noche: "Que descanse, Santidad. Hasta mañana".

J.L. Antonaya


PASANDO...